Tomar el camino largo para hacer algo a veces puede ser un lujo que debemos darnos. Hoy quiero contarte una experiencia donde elegir el camino largo fue lo más divertido que hice en semanas. ¿Por qué a veces es mejor no apurarse tanto? Te lo cuento en detalle.
Respetar los plazos… pero también romperlos
Soy fiel partidaria de respetar los plazos que uno se pone para terminar una tarea. En la mayoría de los casos, esos plazos no los elegimos nosotros: nos los marca el trabajo, las responsabilidades familiares, o simplemente la vida misma. Pero a veces, tenemos el poder de decidir cuánto tiempo dedicarle a algo. Hay momentos en los que calculamos perfectamente cuánto nos va a llevar una tarea, y otras veces… bueno, pasan cosas. Y el viernes pasado fue uno de esos días.
El ritual de limpieza y reinicio
En casa, los viernes son sinónimo de limpieza, y salvo que se caiga el mundo, es una rutina que seguimos a rajatabla. Lo vemos como un “reset” de la semana, una forma de dejar atrás el caos y arrancar frescos. Sabés que soy fanática de asignar bloques de tiempo para cada actividad, y la limpieza no es la excepción. Probé varias veces y ya sé que limpiar mi casa no debería llevarme más de dos horas y media.
Y cuando digo que lo tengo medido, ¡es literal! Una vez, un viernes en el que iban a cortar el agua de la comunidad para hacer unos arreglos, me apuré e hice todo en apenas una hora y cuarto. Pero el viernes pasado fue la excepción: me llevó tres horas y cuarto. Y no, no fue porque hice algo diferente… o bueno, en parte sí.
Cuando la música salva el día
Normalmente, la limpieza es el momento perfecto para ponerme al día con los podcasts que más disfruto. Pero el viernes pasado fue diferente. La verdad, no había ganas de limpiar, buscara donde buscara. Ni siquiera prometiéndome que solo haría lo mínimo podía motivarme. Entonces, recurrí a mi última carta: mi playlist de los Backstreet Boys.
Si no tenés una playlist que te cambie el humor al instante, no sé qué estás esperando para armarla. Yo tengo la mía, y funciona como magia. Así que ese viernes, en vez de terminar rápido y sacarme de encima la limpieza, me tomé todo el tiempo del mundo. Bailé, canté, y me olvidé por completo del reloj mientras pasaba la escoba y el trapo.
La lección de disfrutar el proceso
A veces, estamos tan enfocados en ser eficientes que nos olvidamos de disfrutar el proceso. Claro, optimizar tiempos y ponernos plazos es súper útil, ¡no lo niego! Pero hay momentos en los que vale la pena romper esas reglas autoimpuestas y tomarnos nuestro tiempo.
Mi conclusión después de ese viernes es que no todo tiene que ser optimización. Hay veces que está buenísimo tomarse el triple de tiempo si realmente lo disfrutás. En lugar de ver la limpieza como una obligación más en mi lista de tareas, se transformó en un mini-concierto privado que me levantó el ánimo.
Así que la próxima vez que sientas que todo tiene que ser rápido y eficiente, pensá en esos momentos que podés convertir en algo especial. Permitite tomar el camino largo, disfrutar del proceso, y… rock your body now!🎶
Cerrar ciclos, pero con estilo
Está claro que en muchos aspectos de la vida, la productividad nos da una mano enorme. Pero también es fundamental aprender cuándo soltar esa necesidad de cumplir cada plazo al pie de la letra. A veces, lo que más necesitamos es un momento de pausa, un respiro que nos reconecte con el placer de hacer algo por el simple hecho de disfrutarlo.
Espero que esta pequeña experiencia te inspire a encontrar tu propia manera de tomarte el tiempo que necesites, y por qué no, a crear esa playlist que te haga bailar mientras hacés las tareas más mundanas. ¡A veces, lo mejor es olvidarse del cronómetro y disfrutar el camino!