Vengo sintiendo una falta de motivación, no te voy a mentir. Es raro, porque sé lo que quiero, tengo claros mis objetivos y entiendo por qué son importantes. Pero simplemente… no tengo ganas. Si alguna vez te pasó de sentir que la motivación se esfuma o que tu rutina te deja con una sensación de apatía, entonces esto es para vos.
Cómo la rutina puede matar la motivación y llevarte a una sensación de apatía
No sé si te pasa, pero a veces me encuentro en esos momentos “blah”. Hay quienes lo describen como “entrar en bucle”; para mí, es más como una meseta. No estoy cansada, no estoy triste, es simplemente un estado de apatía. La rutina tiene su lado positivo: nos da comodidad, los hábitos salen sin pensar. Pero también nos hace dar muchas cosas por sentadas. Lo que antes era emocionante, poco a poco se vuelve monótono.
Trabajar por algo que querés es motivante, pero hay algo que poca gente te dice: la motivación se va desgastando. Y lo que realmente la mata es la rutina de la constancia… ¿¡Qué!? Sí, leíste bien.
“Vanina, ¿qué estás diciendo? ¡Si la constancia es la clave de todo!”
Claro, tenés razón. Estoy totalmente de acuerdo. Pero déjame explicarte.
De la motivación a la constancia: Cómo superar la falta de ganas
Imaginate cuando eras niño y aprendías a andar en bici. Al principio, tenías esas rueditas de apoyo, que son como la motivación: te dan el empuje inicial, la estabilidad. Después, llega el momento de quitarlas. Probablemente, alguien te ayudó a mantener el equilibrio al principio, una metáfora de esa motivación que te sostiene al arrancar, pero luego te sueltan para que sigas solo. Y es ahí, en ese proceso, donde la motivación se transforma en constancia.
Seguro te caíste unas cuantas veces en el camino, pero eventualmente llegás al destino sin esfuerzo. Y entonces, la constancia se vuelve parte de tu rutina, aunque ya no sientas esa chispa inicial que te daba la motivación.
Cómo salir de la monotonía y recuperar la motivación
Ojalá pudiera darte una respuesta concreta, pero la realidad es que cada persona y cada objetivo son distintos. Lo que sí puedo compartirte es algo que me ayuda en estos momentos: agradecer.
Sí, ya sé, lo escuchaste mil veces. Pero hay una razón para eso. Agradecer nos ayuda a salir de la monotonía.
“¿Cómo se relaciona esto con que no tengo ganas de ir al gimnasio?“, estarás pensando. Sabés que es importante para tu salud, sabés que requiere constancia, pero simplemente no tenés ganas. Bueno, podrías empezar por lo más simple: agradecer que tenés la capacidad de ir, que tenés un cuerpo que puede moverse.
“No tengo ganas de lidiar con mi jefe que es un idiota“. Te entiendo perfectamente. A veces es agotador, pero tal vez podrías hacer un esfuerzo por agradecer que tenés un trabajo. Hay muchísima gente que desearía estar en tu lugar, especialmente en tiempos donde conseguir empleo no es fácil. Ojo, esto no significa que tengas que conformarte y no buscar algo mejor, ¡para nada! Pero apreciar lo que tenemos, incluso en esos momentos complicados, nos ayuda a cambiar de perspectiva.
Volver al principio
Pensá en cuando conseguiste ese trabajo. Quizás al principio estabas lleno de ilusión, porque era el trabajo que soñabas. O, tal vez, nunca fue tu trabajo ideal, pero en ese momento representaba un alivio, una salida. Seguramente te sentiste agradecido por la oportunidad.
Con el tiempo, la rutina nos hace olvidar esos sentimientos. Por eso hoy te invito a que te tomes 30 segundos para agradecer lo que ya conseguiste. Recordá que si pudiste lograr eso, podés lograr mucho más. Y pronto, esa meseta en la que estás se va a transformar en un nuevo desafío.
Si te sentís en esa meseta “blah” y no sabés cómo recuperar la motivación, acordate de agradecer lo que ya lograste.